Se me habían olvidado lo bonitas que eran las tormentas.
Esta mañana cuando me encaramé a la ventana con una manta por encima y una pastilla de toffe en la boca no pensé que me fuera a sentir tan bien, lo mucho que me relaja, aunque suene contradictorio, el estar en un quinto piso y abrir la ventana de par en par a ver como caen los truenos y los rayos.
Porque ya no me acordaba que es, en ese mismo momento, en el que me sentía tan pequeña y vulnerable que eso era todo lo que me podía pasar. Cualquier otro problema se tiraba de la cornisa abajo y ya no parecía tan grave.
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